Fez. Marruecos.
Fez es el decorado de una película sin trípodes ni cámaras ni actores. Solo figurantes. Ha llovido y la humedad no moja nada pero los hombres llevaban la capucha de la chilaba subida.
Una punta que señala al cielo.
La de la gorra de la chilaba.
Dos hacia al frente.
Las puntas de las babuchas.
Más gente de la que puede pasar por unas calles estrechas que suben y suben. Empujones. Hule a mezcla marroquí y a carne a la brasa.
Brochetas que expulsan jugo.
Mezcal de hierbas para la mujer que no sabe cocinar.
Un burro baja cargado de botellas de butano azules. El armazón metálico que las sujeta me pasa a pocos centímetros. Las herraduras suenan al resbalar en el suelo de piedra.
Que vooooooooy ¡¡¡grita la chilaba que lo conduce.
No tardo nada en perderme y poco me importa. ¿A quien le importa andar si dirección en una ciudad como esta?.
Las calles están tapados con un entresijado de caña oscura y las fachadas repletas de zapatos, bolsas, lámparas y todo lo vendible en un bazar.
No se si me sorprende más la cantidad de producto que tienen para vender, o pensar que lo retiran cada noche para volver a colgarlo al amanecer.
Y luego están los vendedores de especias y frutos secos. Los puestos son un inmenso mostrador inclinado.
Quince dieciséis y hasta veinte cajas conteniendo los productos amontonados, y en el centro, un agujero por donde sobresales el vendedor, como si nadase en una piscina de cúrcuma, almendras, dátiles nueces, jengibre seco y picado, canela molida o cilantro.
Un niño que por una propina te lleva a las curtidurías, y unas curtidurías a las que la nariz te lleva con solo respirar; Colores naturales. Piscinas de colores en las que nadan las pieles mientras acaban de pudrirse. La piel de Fez nunca perderá su aroma, pasen los años que pasen nunca lo perderá.
La ciudad me conquista al primer asalto. En el autobús conocí a tres universitarios catalanes y vuelvo a encontrarlos a media mañana. Agobiados por los empujones en aquellas calles tan estrechas, cansados de lo vendedores. Nos vamos –dicen-, esto es un infierno.
Y apenas tengo tiempo para mis amigos porque yo me quedaría entre ese olor y esos vendedores, subiendo y bajando por calles por las que, si lleva las alforjas llenas, apenas pasa un burro. Si el tiempo no corriese en mi contra, todavía estaría comiendo brochetas de cordero espolvoreada con mezcla marroquí.
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