KIGALI. RWANDA

©tonimarques.esDecir que no es justo además de ser del todo inútil, no arregla nada. 
En Kigali hay mucho mas que ataúdes cubiertos con tapetitos de tela blanca y fina rematados con randas blancas como la de los vestidos de los monaguillos. Pero como si disfrutase regodeándose en la desgracia, mi memoria se empeña en ser cruel con la capital de Rwanda y cada vez que vuela hasta ahí aterriza en el museo del genocidio y me deja al pié de una de las tumbas abiertas que soplan un aire húmedo, viciado y helado y que muestran el montón de cajas con esas cruces de madera hechas de palos.
Al igual que un cuerpo medio cubierto puede ser mas sugerente que uno desnudo, unas cajas cerradas pueden evocar mas dolor que los miembros cercenados esparcidos por el suelo. Lo peor de mi recuerdo de Kigali son esas randas que colgaban de los tapetitos blancos que cubrían los ataúdes… aquellos pliegues que mi memoria se empeña en traerme una y otra vez y me hablan de atrocidades que nunca seré capaz de asimilar.
Pero digo que mi memoria es injusta porque Kigali me pareció una ciudad bonita y llena de fuerza, de fuerza para rehacerse, para reconstruirse mantenerse limpia y llenarse de flores.
Vale que el país de las mil colinas es el país de la eterna primavera y eso ayuda, pero los rwandeses tienen una mano aficionada al machete que ha acabado con sus bosques y la otra, tal vez para compensar, tiene una gracia inigualable para las flores. Las aceras y rotondas de la capital son jardines que adornan esta tierra rojiza que tiñe el asfalto.
Una de las cosas que mas llama la atención al visitante es el dinero invertido en la movilidad. Calles recién asfaltadas, carretearas arregladas y coches, motos y furgonetas nuevas. Nada de vehículos destartalados que se aguantan porque les da pereza morir como pasa en otras ciudades africanas. En Rwanda el dinero ha entrado en grandes cantidades y se ha invertido en parque móvil y la construcción. Cuesta arriba y cuesta abajo (en Kigali solo se puede estar en estas dos posiciones), obreros y máquinas construyen la nueva ciudad de los que se la pueden permitir mientras las chabolas y casas humildes de barro y hojalata son desplazadas colina abajo, hacia sitios peores y menos concurridos.
Un día, dentro de poco el visitante podrá disfrutar de una ciudad moderna, renovada, con árboles frondosos y flores. Habrá un museo del horror que hurgará en la llaga de la división y los más pobres habrá sido echados del centro hacia los arrabales. 
Y aún así, y aunque creas lo contrario, aunque parezca que me traiciona el subconsciente y acabo como empecé, viendo la peor parte, Kigali es una de esas ciudades con las que conecto y me caen bien.
©toni marqués


 




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